
A Alfonsín le tocó vivir momentos complicados durante el período de su mandato. Asumió la primera magistratura por elección popular, después de siete años en que fue silenciada la voluntad popular por una dictadura militar; donde, entre otros desatinos, hubo un conflicto con Chile que no llegó a las armas por la intervención del Vaticano y una derrota en la Guerra de Malvinas que dejó profundas heridas en el corazón de los argentinos.
Fue el primer candidato radical que pudo vencer al peronismo -obtuvo el 51,74% de los votos- aunque desde el mismo momento en que asumió su cargo, intentó gobernar con mano firme, pero dejando de lado rencores y diferencias.
Su presidencia estuvo plagada de problemas como la inflación; la deuda externa y las presiones internacionales; las constantes disputas laborales surgidas de su intención de modificar una estructura sindical lo que lo llevó a enfrentar 13 paros generales y un descontento militar que tuvo su pico máximo en el levantamiento carapintada de Semana Santa.
En todos los casos, con sus más y con sus menos, actuó como jefe de Estado democrático, y el mejor ejemplo lo constituyó el juicio criminal a las juntas militares que habían ocupado el poder durante el proceso precente. Fue (en los hechos) un evento ejemplar, porque se juzgó sin partidismos, sin tomar posiciones ni presionar a los magistrados y sin intentar utilizar los dramas del pasado en beneficio de algunos de los sectores de su presente.
Lo suyo fue pura y exclusivamente hacer justicia, sin politizar la situación.
También es destacable la actitud que asumió ante los derechos humanos. Mucho menos sesgada que la de varios gobiernos posteriores, que indultaron o que intentaron apropiarse de parcelas de ese pasado, tanto por derecha como por izquierda.
Debió dejar su mandato cinco meses antes del tiempo determinado por la Constitución, como consecuencia de los graves problemas económicos que afectaban al país, pero fue meritorio y se valora aún más después de más de dos décadas en que nuestro país sigue manteniendo la sana costumbre de elegir a sus gobernantes por medio del voto popular.
Queda una cuenta pendiente para el pueblo argentino, que es la de mejorar la calidad de los candidatos, pero ese es un tema que deben solucionar los actuales gobernantes a través de una necesaria reforma política que deje de lado las listas sábana que permiten a muchos dirigentes perpetuarse en los cargos y vivir “de” la política y no “para” la política.
Raúl Alfonsín fue el primer presidente de una democracia que habrá fallado en muchos logros, pero no en la institucionalización permanente del sistema.
Fue él quien representó esa gestación y quien mucho hizo por la consolidación.
Además -en otro hecho destacable- no pesan sobre él acusaciones de enriquecimiento personal o de corrupción como ocurrió y sigue ocurriendo con la gran mayoría de sus sucesores.
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